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De repente me encontraba sola, por división propia, en aquel pequeño departamento. La noche de soledad que se vecindaban parecía envolverme, pero de alguna manera me daban fuerzas para seguir firme ante esta situación. No es que desee estar así, al contrario, me encantaría estar rodeada de personas, que me miraran, que hablaran conmigo. Pero constantemente el temor al daño ajeno me acecha y es sin miedo me asoge ir al dolor que he acumulado durante años. Mi mente se llena de cinismo, ¿acaso me volveré loca? Si eso sucede, quiero recordar que alguna vez quise ser alguien en este mundo. Pero finalmente solo somos simples sedes rodeados de otros, que ni siquiera conocen nuestra existencia. Eso, aunque me duele, yo lo veo, y lo pienso de manera consciente. Sin embargo, a veces quisiera que no fuese así. Estar sola es algo tan extraño. No es miedo ni tristeza. Es solo un vacío. ¿Qué? Por más que me rodee de personas, siempre estaré ahí. Siempre estaré sola, por el daño que yo misma me me causé al permitir que me lastimaran. Pero, ¿cómo sabría yo que terminaría en este estado? Sé que lo mejor está por venir, tal vez, pero ahora solo quiero descansar y si en algún momento mi cuerpo lo desea, retomaré mi vida. Aunque sé que ya no la controlo porque si hubiese sido así, habría evitado tanto daño a mi corazón. Este es el reflejo de una lucha interna, un eco de mi alma que se busca a sí misma, perdida entre recuerdos y deseos no cumplidos.
Es verdad, pero es que la realidad es que fuimos creados con un vacío en el corazón que solamente puede ser llenado por alguien superior, por alguien que nos creó. Esa es la realidad. La soledad es una bendición cuando puedes ver que ese vacío puede llenarlo solamente alguien, y ese alguien